¿LAS AMISTADES ADOLESCENTES SE DEFINEN EN LA INFANCIA?

¿Hasta qué punto nos preocupamos de las amistades de nuestro hijo adolescente si no hemos velado antes por nuestras amistades cuando nuestro hijo era pequeño?

Hoy en día hay una gran preocupación entre los padres por saber con quién salen sus hijos, quiénes son sus amigos y si estos son, o no, una buena influencia. Sin embargo, muchas veces resulta llamativo que se dé esta preocupación a posteriori, ya que como padres debemos preocuparnos siempre y a priori.

Cuando nuestros hijos son pequeños los rodeamos de nuestras amistades, los famosos “amigos de papá y de mamá”, con sus respectivos hijos y sus distintos puntos de vista sobre crianza. Habría que preguntarse, entonces, si es el mejor momento para ir velando por esas futuras amistades, entre otras cosas porque hablamos de edades (de 3 a 6 años o la primera etapa de la infancia) donde nuestros hijos absorben prácticamente todo aquello que les rodea y que les influye no siempre de forma decisiva pero en bastantes casos de manera significativa.

A veces, podemos encontrarnos con situaciones incómodas porque nos preguntan algo que les resulta contradictorio a lo que diariamente nosotros, como padres, les exigimos e incluso esto mismo nos puede ocurrir también dentro de la propia familia.

Si cada persona es singular, única e irrepetible, sus familias también lo son por lo que la comparación de unas familias con otras no tiene sentido, aunque podemos caer en esta idea como justificación a la hora de educar. Las formas serán distintas y adaptadas al temperamento y carácter de cada niño, sea o no de la misma familia. Lo que no debemos perder de vista es que los valores educativos son objetivos y es la manera de transmitirlos la que cambia según el miembro de la familia.

Cuando varias familias se unen para hacer cualquier plan o actividad es muy posible que surjan contradicciones. Los niños generalmente buscan satisfacer sus gustos a toda costa, ser protagonistas e imitan todo aquello que les resulta llamativo. Puesto que dos familias no funcionan igual, el comportamiento de los hijos será reflejo de la educación que reciban cada uno en su casa. De tal forma que, para bien o para mal, si el hijo de unos amigos es maleducado, en cierta forma influirá sobre el nuestro, puesto que en algún momento puede darnos algún disgusto.

No obstante, por mucho que eduquemos bien a nuestros hijos, en el proceso educativo se puede producir algún desliz, como una mala contestación, una palabrota esporádica o un comportamiento inadecuado. Y no hace falta que lo aprenda del hijo de unos amigos, puede adquirirlo también de los compañeros de clase, de algún familiar o de nosotros mismos.

A continuación, ofrecemos algunas pinceladas de los distintos tipos de estilos de crianza a la hora de educar a un niño, donde intervienen dos dimensiones: el afecto y la exigencia. Según combinemos ambas, en mayor o menor medida, estaremos educando de una u otra forma. Principalmente, existen tres:

  • Estilo permisivo. Esta manera de educar se caracteriza fundamentalmente por complacer los apetitos del niño. Los padres suelen ser bastante consentidores, premian siempre las acciones de sus hijos sin importar sus actos. Evitan en todo momento corregir sus errores, asumiendo todas o la gran mayoría de sus obligaciones. Ellos piensan que no tiene importancia, que ya lo harán cuando sean mayores y, a veces, les resulta hasta divertido. Creen que así lo quieren más, evitándole cualquier tipo de esfuerzo, contrariedad o decepción.
  • Estilo autoritario. A diferencia del estilo anterior, éste es justamente todo lo contrario. Los padres están constantemente corrigiendo al niño mediante prohibiciones unidas, en ocasiones, al castigo físico o emocional hasta el punto de generarle inseguridad y miedo al fracaso. El afecto pasa a un segundo plano, se prioriza la norma y las obligaciones por encima de todo.
  • Estilo democrático. Es la forma más acertada para ayudar a crecer de manera integral a una persona. Los progenitores combinan afecto y exigencia con equilibrio. Intentan buscar en todo momento la complicidad del niño mediante el afecto, dedicándole siempre el tiempo necesario acompañado de paciencia infinita. Exigen e incentivan a la vez que apoyan y valoran el esfuerzo que su hijo hace por mejorar, reforzando de manera positiva su comportamiento. En ningún momento se doblegan ante las exigencias de su hijo y tampoco lo ignoran, sino que determinan qué es mejor para él según su temperamento y lo llevan a cabo.

Dicho esto, por citar un ejemplo, si nuestro hijo sabe que no hay que levantarse de la mesa mientras se está comiendo, pero ve que el hijo de un amigo sí lo hace para irse a jugar, él querrá hacer lo mismo como niño que es, a no ser que nosotros le corrijamos esa conducta en ese instante. No olvidemos que, en la calle, con o sin amigos y en las diversas situaciones en las que nos encontremos, hay que seguir queriendo, exigiendo y corrigiendo a nuestro hijo.

A veces, no es tanto un comportamiento puntual, como abarcar preguntas o dudas que nuestros hijos nos pueden plantear de una situación próxima o cercana distinta a lo que habitualmente les es más cotidiano. Por ejemplo, desde el cambio de pareja del tío o la tía que no están casados, hasta la separación, el divorcio o la tendencia sexual, bien sea de un familiar o de los padres de algún amigo del colegio.

¿Y qué pasa entonces si, como padres, las pautas educativas y formativas que tomamos con nuestro hijo difieren de las que un familiar o un amigo toma con el suyo o si su estilo educativo carece de equilibrio en lo referente a afecto y exigencia? Está claro que debemos ser coherentes en todo momento con nuestro planteamiento educativo, de lo contrario confundiremos a nuestro hijo. Hemos de ir a contracorriente de los demás si es necesario, así como ayudar en la medida de lo posible a nuestros familiares y amigos con el ejemplo, la prudencia y el cariño, propios de la confianza y amistad.

Por ello, vemos que no solo nuestros amigos, sino las familias de sus compañeros de clase o incluso nuestra propia familia pueden influir en la percepción que tienen nuestros hijos de la realidad que les ha tocado vivir. ¿Pero está bien dicho “que les ha tocado vivir” o habría que decir “que hemos permitido que vivan”?

La cuestión no es otra que la de reflexionar acerca de los criterios que queremos inculcar a nuestros hijos, sin perder de vista los valores objetivos intrínsecos a la propia naturaleza de la persona como pueden ser el respeto, la honestidad, la empatía, la gratitud, la humildad, la prudencia, la responsabilidad, entre otros.

Cuidar y proteger son dos verbos que, como padres, debemos anteponer al de evitar y al de prohibir, sobre todo ante situaciones incómodas que resulten contrarias a conseguir ese equilibrio entre afecto y exigencia. Sin embargo, se puede dar el caso que no nos quede más remedio que emplear dichos verbos, pero sopesando pros y contras en favor de lo más importante, la integridad y dignidad de nuestros hijos como personas que son.

Carmen Cáceres y Daniel Danta

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